HISTORIA DE UNA MUELA EN LA POSTA CENTRAL


La dentista puso su mano en mi cuello, casi sumando la rodilla se echaba sobre mi tórax agitado, y tiró y retorció su tenaza, quebró y volvió a tirar con promisorios rostros de un triunfo que nunca sería tal. Extrajo la muela y multiplicó el dolor.
Tras 15 horas sangrantes, con almohada en tinta, vuelvo. Otra dentista me atiende y cose.
Día tercero, otra vez el mismo altar del suplicio, la costura anterior no fue la precisa. La sangre llenó mi estómago y los zancudos citadinos me desprecian tan pálido y ojeroso.
La tercera dentista que conozco en la Posta Central debe coser entonces sobre costuras, mi encía ha de parecer un desteñido trapo remendado de esos que sirven de ensarta agujas y alfileres cabeza blanca a las costureras.
La muy infame forcejea con la piedad que imploran mis ojos y hunde su metálico aguijón de anestesia. Me hace salir un rato con promesas de alivio y qué se yo pero advirtiéndome que ese tipo de anestesia deja bailando un ojo. Me mareo, casi me voy a tierra en la sala de espera de partos bucales. Cierro el ojo izquierdo, de la muela afectada, no enfoco, se me juntan las pupilas, tinieblas, me duermo a medio rostro, se me sueltan los labios, el hilo se sangre y baba aguijonea la garganta y casi cae por un costado de la boca, la espalda me suda, una polilla me aletea en la nuca, la reviento contra el canto de la sucia ventana del lugar. Imagino la cara de imbécil y tragedia que he de tener. Me miran con pavor quienes vienen llegando a lo mismo, entre labios les aconsejo que no entren, sonríen nerviosamente, creen que bromeo. Pero no puedo decirles más, sonrío, duele menos, me llaman nuevamente.
Salgo con más hilo quirúrgico en la encía, empuñando una receta de antibióticos en la diestra y con la otra oculto la mitad muerta de mi rostro. Debo bajar unas escalas, hay olor a comida. Junto al casino de la Posta se encuentra la farmacia. Me suenan las tripas y sospecho que aún trago sangre.
Pasan horas, el algodón aún se renueva de mi propia sangre maldecida por quien sabe qué bestial mala raja, ayudada de la incompetencia humana. Sangrando estoy y ya son las 4:00 am. No quiero volver ahí, prefiero sangrar hasta que me desplome en unas cuantas semanas.
Cuando los dioses digan ¡Hágase la coagulación! Y la coagulación se haga comeré un inmenso estofado humeante, con seis enormes papas cocidas y bañadas del jugo de cebollas, ajo, pimentón, cilantro y rodajas de zanahoria y vino blanco más rico del puto mundo. A cucharadas tragaré carne de cerdo y vacuno paraguayo en oferta. Con un hilillo de saliva lasciva paladar abajo, enroscaré por el culo a mil dentistas hechas jíbaro en una blanca ensalada, mientras se ahogan en limón y sucumben como babosas con la sal.
Finalmente fumaré tres cigarrillos al hilo y me entretendré mascando nueces y lauchas con las muelas que quedan.

Luis Emilio Barahona

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si no es real, lo parece. Muy Buena la Crónica Lokos.

Unknown dijo...

guena milio, usted sabe lo bien que le queda la anestesia.
ah, y si, sabes lo que pienso de lo que escribes,
salud mano!!!!!

Anónimo dijo...

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