Se trata del sector de departamental con Las Industrias, al sur de Santiago. En estas calles la batalla callejera era a rabiar, contingentes de carabineros cruzaban a balazos, lacrimógenas y agua de alcantarilla chorreando en sus carros lanzaaguas (llamados “Guanacos”, que es un animal camélido chileno que escupe sendos gargajos con flema a sus semejantes), había también militares sacados a las calles por la dictadura en camionetas Chevrolet y con metralletas en la parte posterior; rompían a balazos de alto calibre muros, postes de luz y más de alguna pierna de incautos David que con hondas en mano le peleaban en la oscuridad a gigantes tanquetas.
La cosa es que estábamos apunto de levantar una barricada, en una casa de seguridad ya nos habíamos alistado con palos de coligue, piedras, bombas molotov y un cuanto hay para alimentar las fogatas que hacían parecer zona de indígenas Ona de Tierra del Fuego a la ciudad sitiada. Las pañoletas antecedieron a la capucha y los pasamontañas, te amarrabas un pañuelo o un paño de cocina en el rostro y salías ingenuamente seguro que nadie te reconocería. Ya estábamos listos un grupo de 10 o 15 jóvenes, pero
Una ventana abierta que daba al antejardín nos sacó de la duda, en el vidrio se reflejaba claramente la luz de la habitación donde Perla modelaba frente al espejo una y otra y otra pañoleta, como si fuera a un desfile de pasarela… Las risotadas antecedieron a aquella ardua y traspirada noche de lucha.
Por Luis E. Barahona
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