MÚSICA NUESTRA II

....Las canciones aquellas son nuestras, es una porción fundamental del patrimonio en la memoria histórica, ni siquiera las anotaciones de la cursilería refinada o de mal gusto (llámese Orfeón de Carabineros o música “ambiental” de peluquería) ni los escupitajos insolentes de otros pueden amainar la originalidad de aquellas piezas, de esos átomos en el ADN del pueblo (incluiré a librepensadores o los no tanto de la clase media y acomodada que vacilan con zapato y taco los ritmos que sonrojarían frente a la reprobación de sus círculos a los que están atados per se: amarrados del cuello para los que no entiendan este término tan latín que busqué).

Algunos desparecidos músicos tampoco se llevaron a su tumba o crematorio personal los ritmos andados junto a la gente, junto a los acontecimientos. La inmortalidad la da la gente, no los parientes ni los fans solamente. La sintonía en los diales, salvo en las dictaduras, son guiadas por lo que escucha, baila y tararea el pueblo, las mayorías (por lo general excluida de una u otra forma). Salvo los arqueólogos de la música, los libros entendidos en la música son escritos por quienes venden ejemplares, y los que compran u opinan al respecto son aquellos que han conocido y sabido de aquello, inclusive aunque la mayor parte del pueblo no lea aquellos compendios y estudios, no han de quedarse atrás en los bailes, recuerdos y nostalgias antes descritos. Les pertenece cada una de las octavas y frases, cada saliva en el micrófono es gota del tiempo que hace el ruidito pasajero y veloz del tiempo presente, aquella clasificación neurítica del hombre para recolectar lo que está viviendo segundo a segundo y encajarlo en un canasto invisible.

Pues los golpes, rasguños y mieles van quedando, y se hacen evocación entre las cuerdas de las guitarras, entre los suburbios de las voces y coros, por adelante y atrás de los discursos cantados, en los chasquidos del platillo, en el susurro misterioso de los bronces y quenas .

El pueblo unido jamás será vencido, respecto a esa frase, algunos poco condescendientes conocidos opinan que es mejor ponerle armado a la partes donde dice unido, cosa que me da igual pues opino que armado o desarmado un pueblo primero debe estar “unido”, opino esto porque imagínense todos disparando para diferentes objetivos; incluso algunos no toleran ya esa frase por encontrarla cínica frente a la desunión del llamado “pueblo” y se lamen las heridas que les dejó su propia elección, se sienten desafortunados por el país que les tocó de cuna, preferirían Cuba o incluso Francia (en el adentro culposo y doblemente hipócrita en que no pocos hemos caído, occidental capitalista pero desarrollado al menos), muchos que decidieron ir con la piedra en ristre delante de la primera fila de sufrientes pobres, hoy andan chillando que nadie les da pelota o que la torta de la figuración y el poder se la comen otros más cobardes y acomodados, y ojo que no es menos cierto, pero ¿para qué las lágrimas?.

Pues solo gente cursi como aquella y como otras, que solo buscan ganancia material en el negociado atroz de las disqueras, no escuchan ni disfrutan mucho de aquel vasto y rico enjambre que pincha agridulcemente al pueblo. Porque es miel de pueblo la que se recolectó, creo que ya dije: las canciones aquellas son nuestras. Y sangre de pueblo o de peleadores acomodados que fueron más nobles que su clase burguesa le dieron razón de ser a mucha melodía abanderada con la lucha de los campesinos, empleadas, pirquineros, peluqueras, pescadores y estucadores.

¿A quien le importa si Armando Manzanero se pone electrónico, el día de mañana?, sus boleros no son cualquier cosa en las estanterías del pueblo latinoamericano, ni tampoco importa que Celia Cruz fuera anti Castrista a la hora de medir con la vara de la dignidad hallada en el otro (en una de esas uno se llega a poner de acuerdo con aquel que difiere profundamente hasta entonces, le podríamos llamar empatía pre- política), su ritmo vocal en vasos vacíos con los Fabulosos Cadillacs argentinos, es materia que pone los pelos de punta, y bailados en las mejores bailantas de izquierda o círculos artísticos de “vanguardia”. No se puede desconocer el goce que genera en las casa de las poblaciones y en las fiestas más respingadas su No hay que llorar que la vida es un carnaval y las penas se van cantando. Majestuosidad, deseos de convivencia y felicidad a un ritmo franco y a un candor puramente afroamericano, la morena cantaba con los mismos sudores que gotean en la espalda de los que la bailamos, con igual tronante vozarrón de los parlantes a la hora que comienza con la orquesta de quinta de recreo al calorcito de una parrillada o en la bocota cuadrada del equipo modular. El que no baila es cola(2), y se acabó la discusión.

En mi oreja nadie se mete ni en mi colección musical, ni el más confiable sectario de la comuna, ni el más deschavetado fanático. El pueblo tiene que ver más con términos medios.

FIN

Luis Emilio Barahona

(2) Trozo de una canción pícara y hasta algo vulgar, de ritmo pegajoso perteneciente al chileno Hiroíto. El término “cola” era un apelativo popular de hace muchos años hacia homosexuales u hombres afeminados. Una de las características del hombre que es llorón se adjudica, torpemente claro está, a homosexuales. En este caso lo utilizo para mofarme de quienes se fanatizan y no encuentran la fortuna de reconocer en artistas sus logros y capacidades innegables, y no bailan simplemente estos ritmos que sus esposas gozan con otros menos resentidos como el que habla.

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